EL PAPEL DE LA FAMILIA EN EL FOMENTO DE LOS VALORES.
TOMADO DEL LIBRO
"LA FAMILIA COMO FORMADORA DE VALORES” DE TÓMAS PONCE
"Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista."
Michael Levine
En todas las culturas y sociedades humanas, se reconoce a la familia como el actor principal en la transmisión de conocimientos, actitudes, roles, hábitos y valores que permitirán a sus miembros integrarse adecuadamente a la sociedad. Es decir, la familia es el núcleo principal del desarrollo humano, dado lo siguiente:
- La familia representa el ambiente donde se desarrollan las primeras relaciones humanas.
- Es el primer lugar donde se establecen normas, reglas y límites.
- Genera y fomenta hábitos y costumbres.
- Ese lugar en donde se aprenden los estilos y tipos de comunicación entre los miembros de la familia.
- Es el ambiente donde se delimitan derechos y responsabilidades. El núcleo familiar es el primer ambiente en el que el ser humano se identifica con los demás miembros, por tanto, representa el primer modelo a seguir.
- Determina en gran parte el carácter y la personalidad del ser humano.
- Es en la familia donde se aprende el modo y la forma de resolver problemas.
- Enseña y fomenta el respeto, la honestidad y la solidaridad hacia los demás miembros del hogar.
Por lo anterior, se puede decir que la familia es el principal promotor de conductas, sentimientos, creencias y formas de pensar de los seres humanos.
Así pues, el entorno familiar es el contexto más importante donde ocurre el desarrollo social, emocional intelectual del ser humano.
Características básicas para fomentar los valores y educar.
Tomado del libro "La familia como formadora de valores". de Tómas Ponce.
La familia es la principal promotora de valores. Sin embargo, para cumplir con dicho cometido, es indispensable tomar en consideración lo siguiente:
- Poseer una definición y una escala de valores.
- Reconocimiento de virtudes y defectos de la familia.
- Ser coherente con lo que se dice y se hace.
- Informarse correctamente.
A continuación se detalla cada aspecto anteriormente señalado:
Poseer una definición y una escala de valores.
Si no se posee una definición y jerarquía de valores, es difícil saber hacia dónde se dirige la educación. Una educación sin sentido, sin dirección, sin objetivo fijo, pierde rápidamente su significado y funcionalidad. Es decir, cuando no se tiene claro qué es lo que se pretende inculcar, cuando ni siquiera el padre de familia tiene un significado claro de lo que quiere fomentar, su enseñanza resulta confusa y poco retribuible. Por lo anterior, es necesario que tanto padres como hijos hablen un mismo lenguaje de valores. Que lo que signifique justicia, respeto u honestidad para los padres posea un significado muy similar para los hijos; de lo contrario, se tendrán dos conceptos diferentes y, por tanto, dos interpretaciones y actuaciones diferentes. Esto puede provocar confusiones y malos entendidos entre padres e hijos en la vida diaria.
Reconocimiento de virtudes y defectos de la familia.
Este rubro busca determinar las limitaciones y potencialidades que cada familia posee, puesto que es imprescindible determinar los recursos con los que se cuenta para implementar un proceso de enseñanza - aprendizaje.
La familia debe reconocer cuáles son los medios, formas y métodos que mejor pueden funcionar en la educación y fomento de los valores. Lo anterior lo deberán delimitar los padres de familia, partiendo de las características, gustos y preferencias de sus hijos. Por lo tanto, es muy importante que los padres conozcan a sus hijos. En este sentido, es necesario reconocer desde el inicio aquellos obstáculos que impedirán que el proceso de enseñanza- aprendizaje sea fructífero.
Ser coherente con lo que se dice y hace.
Cuando un adolescente detecta que existen incongruencias en el comportamiento de los padres, puesto que no hacen lo que dicen o predican, se genera una gran confusión e incomodidad. Por mencionar un ejemplo:
Ser coherente con lo que se dice y hace.
Cuando un adolescente detecta que existen incongruencias en el comportamiento de los padres, puesto que no hacen lo que dicen o predican, se genera una gran confusión e incomodidad. Por mencionar un ejemplo:
-Papá, te busca el señor de la renta-dice el dijo-.
-No quiero verlo, dile que no estoy y que regreso hasta la próxima semana -responde el padre-.
-No quiero verlo, dile que no estoy y que regreso hasta la próxima semana -responde el padre-.
- Tú no digas mentiras hijo, no está bien, yo lo hago sólo de vez en cuando.
El ejemplo anterior muestra claramente el tipo de incongruencias en que caen muchas familias y que impiden que exista una adecuada enseñanza de los valores, pues por más que se enseñen y predique, si no existe congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, es imposible esperar un verdadero aprendizaje. Así, reconocer las necesidades de cada familia es imprescindible. Puede ser que algunas familias necesiten replantear nuevamente sus valores, dado que inicialmente no fueron educadas bajo un esquema y un objetivo bien delimitados.
Informarse correctamente.
Antes de iniciar cualquier proceso de enseñanza, es necesario conocer lo mejor posible el tema. Existen muchas familias que educan a través de lo que escuchan o aprenden en pláticas o charlas con vecinos, amigos, o a través de lo que han visto en televisión, Internet, etc. Éste tipo de información puede ser confusa y poco confiable. Por lo tanto, es necesario, buscar información fidedigna y correcta, lo que permitirá a los padres tener mayor conocimiento y seguridad sobre el tema.
Graves errores en familia: lo que no se debe hacer con los hijos.
Durante el proceso de enseñanza aprendizaje, entre padres e hijos es importante resaltar que existen acciones que deben omitirse por completo, como:
Imponer medidas disciplinarias mediante el castigo físico.
Generar amenazas.
Dar órdenes injustificadas.
Decir una cosa y hacer otra.
Chantajear a los hijos. Educación mediante la intolerancia hacia los errores de los hijos.
Autoritarismo.
Desconocimiento de las necesidades y motivaciones de los hijos.
Generar amenazas.
Dar órdenes injustificadas.
Decir una cosa y hacer otra.
Chantajear a los hijos. Educación mediante la intolerancia hacia los errores de los hijos.
Autoritarismo.
Desconocimiento de las necesidades y motivaciones de los hijos.
Diversos estudios señalan que las acciones antes mencionadas generan en niños y adolescentes conductas hostiles, agresivas y antisociales.
Por ejemplo, cuando un niño es expuesto a la violencia durante su infancia, ya sea en calidad de observador o víctima del abuso y maltrato, tiene mayor probabilidad de desarrollar o adoptar comportamientos agresivos.
Sin embargo, para generar un comportamiento prosocial en los hijos, es necesario que los padres cambien sus estilos de enseñanza. Los estilos de crianza que antiguamente se utilizaban hoy en día han perdido efectividad y utilidad. Actualmente es preferible ser flexible y abierto a las propuestas de los hijos, escuchar sus deseos, y necesidades y respetar en todo momento su ideología.
Se pueden sustituir los castigos físicos y agresiones verbales por acuerdos y compromisos previamente pactados entre padres e hijos. Dichos compromisos deben ser pactados de común acuerdo, donde tanto padres como hijos se comprometan a cumplir cada uno su parte.
Algo así como un contrato donde cada parte debe asumir su responsabilidad y obligaciones; esto significa cumplir lo acordado o, de lo contrario, asumir las consecuencias de los actos.