lunes, 13 de abril de 2015

VOLVER A LA INFANCIA.

VOLVER A LA INFANCIA.
TOMADO DEL LIBRO 
“10 CAMINOS HACIA LA FELICIDAD” DE ADRIANA VALLEJOS Y LIDIA ARABIAN 



Volver a la infancia.


Crear nuestro propio universo es lo que hacemos en la niñez: los niños también tienen problemas, todo el tiempo…¿pero porque parecen siempre felices? Porque la niñez es un mundo de amor: en el que se pide el amor que se necesita sin vergüenzas, y se da amor constantemente, sin discriminar. Aún en situaciones desfavorables.

Pues lo mejor de un niño -además de su energía, su permanente ocurrencia Y sus ojos que brillan- es su capacidad de regeneración, De resistencia. Es muy difícil  entristecer a un niño por su mundo interior es tan fuerte que lo inmuniza.

Podría decirse que los niños casi viven para ser felices Y para buscar lo bueno y lo alegre.

La niñez es una época en la que estamos aprendiendo: allí todo nos asombra. Aceptábamos fácilmente rutinas que nos hacían gozar Y protestábamos cuando nos herían.

Nos importaba jugar, aunque nos mandaran al jardín de infantes para hacerlo: con bloques en la casita, en el patio. Escuchábamos cuentos, y mirábamos sus dibujos, aprendíamos a plantar hortalizas.

No nos importaba si éramos más altos O mas rubios o más gordos O si teníamos mejores zapatos que otros. Ni lo analizábamos. 

Todos compartíamos un mundo donde el encanto era posible Y la imaginación estaba a la orden todo el tiempo.

Y dejábamos que nos cuidaran, que cada tanto nos alzarán en brazos para reconfortarnos.

Hacíamos amigos nuevos sólo porque los queríamos, sin investigar si nos convenían. Y los defendíamos siempre.

Después, cuando nos invitaban a sus casas, agrandábamos nuestras familias con la de ellos.

Tomábamos riesgos, aunque supiéramos que nos iban a poner en penitencia, porque nos gustaba salir de aventuras Y ver qué había de nuevo por allí: en el balcón, en la plaza, en la casa de nuestra abuela, entre los dibujos de unas sábanas nuevas que nunca habíamos visto, en la cocina, con los zapatos raros de algún hermano.

No nos hacía falta llegar de verdad a la Luna para sentir que caminábamos por ella… la sabíamos armar en el medio del comedor.

Éramos pequeños exploradores que rebotábamos por cada parte del mundo que estuviera a nuestro alcance (aunque ese mundo sólo constará de 5 cuadras).

Nos gustaba ver reír, comer rico, hacer lío, abrazar y que nos acariciaran. Y tener  un perro o un muñeco de plástico o de tela que fuera nuestro hijo. Y pinturitas y papel.

Nos adaptábamos a las malas rachas, cuando había caras largas en casa o cuando nos retaban y no sabíamos por qué: aún así seguíamos jugando a ser felices en nuestro rincón interno.

Y no llorábamos todos los días. No vivíamos recordando cosas feas. Sabíamos que no todos los días eran fáciles, que nos enfermamos o que se enfermaban nuestros amigos. Que nos darían inyecciones, o un compañero no querría ser nuestro amigo… Pero los obstáculos no os parecían tan altos cómo para no saltarlos.

Éramos una fuente de fe y de amor. De amor que necesitábamos como el aire y de amor que dábamos como rayos del sol.

Recuerda la primera frase que te dijeron cuando naciste:"Te amo”. Y mira y ama.

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